Felipe Passos, discapacitado al ser tiroteado, cuenta el valor de la Cruz de Cristo ante el Papa

MERECE LA PENA VERLO y poned atención a partir del minuto 7 

Felipe Passos, de 23 años, fue la tercera persona en dar testimonio ante el Papa Francisco en la Vigilia de Oración con los jóvenes en la JMJ. Salió en silla de ruedas, aunque tardamos en saber por qué. Contó que «desde niño buscaba sentir el amor de Dios más profundamente, tener una experiencia con Dios más fuerte». Esa historia empezó a hacerse realidad en la JMJ de Madrid donde se comprometió espiritualmente a guardar la castidad hasta el matrimonio y a trabajar intensamente para que su grupo de oración de su natal ciudad de Ponta Grossa, en el estado de Paraná, pudiera participar en la Jornada Mundial de la Juventud, que el Papa Benedicto anunció para Rio de Janeiro: 

«Pude ir, casi sin dinero, gracias a la ayuda de muchas personas. Viví experiencias que fueron enraizando y purificando mi fe. En el día de la Vigilia tuve una experiencia muy fuerte con Jesús. Miré aquella cruz de Juan Pablo II peregrino del amor, miré el icono de Nuestra Señor, miré la multitud como la estoy mirando ahora, y sentí en el silencio del Papa Benedicto XVI aquel silencio que él pidió».
Fue en ese momento: «Puedo deciros que oí la voz de Dios. Después volví a Brasil con el corazón en llamas, lleno del Espíritu Santo». Y sabiendo que la siguiente etapa era en Río de Janeiro, dos años después.
Él y sus amigos del grupo de oración estuvieron durante meses trabajando para reunir el dinero con el que poder ir a Río. Ese dinero estaba en casa de Felipe. Pero el 13 de enero, dos días antes de cumplir los 23 años, le asaltaron: «Dos personas entraron en mi casa para robar ese dinero. Yo miraba a mi madre y a mis hermanos y recordaba todo el esfuerzo hecho para realizar ese sueño. Me dispararon, y mi vida pudo terminar allí».
Pero no fue así. «La misericordia de Dios fue tan grande, que Dios en menos de dos minutos hizo que vinieran dos bomberos a sacarme de la parada cardiovascular que tuve antes de ir al hospital. El médico le dijo a mis padres que no sobreviviría. Mi madre dijo que sí, con fe en la oración. Recibí la extremaunción. Y estoy aquí». 
Una campaña nacional e internacional de oración pidió para que se salvase. «Yo estaba en coma inducido e intubado, pero conseguí pedir la Eucaristía. La misericordia de Dios ese día fue enorme. Dios me dio una cruz, que es mi silla de ruedas».
Y entonces Felipe empezó a interactuar con el millón y medio de personas que le escuchaban: «Quiero que cada uno coja su cruz del peregrino y la mire: obispos, cardenales, todos, miren a la cruz. Hoy esta cruz en mi vida es mi silla. ¿Cuál es tu cruz?».
Les pidió que se la quitasen del cuello para mirarla y se arrodillasen ante ella y gritasen «Esta es nuestra cruz». ¡Lo hicieron! Y proclamó: «Un día intentaron derrumbarme con mi cruz, pero no lo consiguieron. Esta cruz me ha levantado y es la cruz de la resurrección, de la victoria, de una nueva generación de adoradores, de jóvenes con fe, con fuego en el Espíritu Santo. Amén».
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