Hoy, 8 de marzo, celebramos en todo el mundo el “Día de la mujer”, pero… ¿Por qué esta fecha?
Para encontrar la respuesta, debemos remontarnos al 8 de marzo de 1857. Todo comenzó cuando miles de mujeres, trabajadoras de fábricas textiles, salieron a manifestarse en señal de protesta por las calles de Nueva York, en Estados Unidos, debido a las malas condiciones laborales que sufrían, pidiendo un recorte de horarios y mejora de los salarios, así como el fin del trabajo infantil.
A partir de este momento, y durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX, los acontecimientos, movilizaciones y protestas por conseguir un trato más justo e igualitario fueron sucediéndose en el mundo. En todos ellos había algo en común, la reivindicación de la dignidad de la mujer, a veces entregando sus propias vidas o su libertad a cambio de todo esto.
En 1975, la ONU decidió declarar el 8 de marzo como “Día internacional de la Mujer”, para recordarnos que todavía queda camino por recorrer hasta conseguir la igualdad real entre hombres y mujeres.
El color morado, que distingue el día de hoy, se convirtió en el símbolo de esta reivindicación en el año 1908, por ser el color utilizado por las mujeres que, desde finales del siglo XIX, pedían su derecho al voto en las elecciones, y eran conocidas como “sufragistas”.
Hoy, desde nuestro colegio, deseamos poner nuestro granito de arena. Por eso, nos quitamos la venda de los ojos, de la boca y de las manos por todas las mujeres que han visto apagada su voz y por todas las mujeres que han visto silenciadas sus acciones en favor de la humanidad.
El mundo necesita hombres y mujeres valientes que, reconociéndose iguales en derechos y obligaciones, así como en dignidad, abandonen los discursos de odio y abracen la fraternidad y el respeto a la persona, sin importar su sexo, raza o condición.
A la que, para los católicos, es la mujer más importante de la Historia, porque con su valentía fue colaboradora del plan de salvación de Dios, siendo Madre de Jesús y Madre nuestra, María, le pedimos que nos haga valientes como ella para saber mirar el corazón de las personas, en el que se encuentra nuestro auténtico valor como hijos de Dios.
